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diciembre 15, 2006

LA EMBARRADA DEL DOMO (FULL)

[texto entero, sin censuras. se recomienda copiar, pegar en un word e imprimir, por lo largo que es.]

by David Guerrero _ Redacción: Juan Diego Spoerer, Fernando Montoya.



El inicio

Una semana tuvo que pasar para que el despertador volviera a sonar. Era la vuelta a clases, ese desagradable día que nadie quiere que llegue. Ignacio Droguett, conocido en las aulas por diversos sobrenombres, pero comúnmente como Droggo; abrió lentamente los ojos. Se quejó, y entre balbuceos, apagó el despertador con fuerzas aún adormecidas.

“…hummmm… ¡Quién mierda me manda a carretear tanto, por la cresta! No descansé ni un poco… y ahora estoy pagándolas todas, estoy más cansado de cómo salí… ¡hueón!”,

Tiró las frazadas a los pies de la cama, se estiró y: “…Maldición. Hace frío afuera. Mejor cinco minutos más…” y sin ningún cargo de conciencia, se tapó nuevamente, cerrando los ojos con una sensación de jocosa victoria.

En ese mismo instante, a dos cuadras de donde vivía Droguett, Charlott Cruz caminaba con la modorra plasmada en la cara. Sus vacaciones habían sido buenas, había dormido harto, y por lo mismo le costaba volver a despertarse a las siete.

“Y recién en la mitad del año. Mierda. A ver cómo será ese ‘taller de obra’ del que tanto hablan

Al tercer bimestre los profesores lo llamaban el “Taller de Obra”. Lo resaltaban con una exagerada y desagradable mueca en la cara, como si fuera algo divino, algo que no es de este planeta. Y al fin y al cabo, la cosa era así. Salía de lo común, sobre todo a un estudiante de primero: cuando uno venía acostumbrado al disfuncional modelo educacional de la enseñanza media (y de los primeros bimestres incluso). Se llegaba a un formato extraño: un mes de un modus operandi distinto, totalmente innovador, en el que el estudiante se transforma en un pobre obrero explotado sin salario alguno. El taller se torna una fábrica y el nuevo obrero sólo es un eslabón dentro del modelo Fordiano que la escuela adoptaba. Droggo sabía todo esto muy bien –repetía taller uno- y sin embargo estuvo esperando toda la primera mitad del año para esto. A pesar de todos esos detalles, el tercer bimestre prometía buenos momentos y una generosa alza en las notas.

Charlott, en cambio, es mechona. Poco sabía del Taller de Obras, sólo esos leves rumores que le llegaron de que el año pasado hicieron unas geodésicas para terremotos y que no resultaron mucho. No tenía expectativas de lo que se venía pues no sabía bien qué era realmente lo que se venia. Pero sus dudas se iban a despejar aquel lunes, donde conocería al profesor a cargo del taller por ese mes.

Un cielo despejado anunciaba la retirada gradual del invierno. Los días eran ligeramente más largos, y, aunque seguía haciendo frío, sentían esos típicos pajaritos alrededor del relegado taller de primero. El tumulto de mechones se agolpaba cerca de la puerta, esperando a los profesores. Droggo observaba sentado más atrás, junto a sus compañeros que también repetían Taller. Ellos hacían conjeturas de que les tocaría hacer en esta nueva ocasión: unos opinaban que no iba a ser nada de distinto a la vez anterior, que quizás se hicieran los mismos domos geodésicos de tela y palos y llevarlos a Curtiduría, donde toda la escuela iba a trabajar ese mes. Otros decían que habían escuchado rumores de que los de primero no se moverían de Talca. Droguett no decía nada, pues estaba absorto escuchando música de su discman.

Más cerca del Taller estaba Charlott mirando impaciente al pasillo, esperando al profesor nuevo. Detrás de ella, su amiga le hablaba mil cosas, las que Charlott no escuchaba pues poco le importaba comparado con lo que se venía. Ya había pasado la mitad del año y sus notas no eran las mejores. Rozaban el cuatro, pero desde abajo. Se imaginaba construyendo aquél paradero que diseñó el primer bimestre, que le había parecido tan perfecto y bello, y sin embargo los profesores no la pescaron por varias razones que Charlott encontró sin sentido. Sintió que le habían rechazado su trabajo sin entenderlo. Como que lo habían mirado de reojo, visto las notas anteriores y sin pensar le pusieron un tres. Por culpa de ese tipo de problemas, Charlott estaba en la cuerda floja en Taller I, y eso la mantenía tensa.

Los pasos del profesor Montoya le devolvieron a la realidad. Al verlo, Charlott suspiró. Sí, lo admitía. Era guapo. En el ámbito académico lo encontraba un buen profesor. En todo el año Charlott notaba que Montoya era serio y constante; aunque fuera un tipo pedante, arrogante, latero cuando se alargaba en sus discursos y hasta medio bipolar.

Muy distinta era la opinión de Droguett, que varias veces se mofaba con sus yuntas de “ese profesorcito cuiquito pesadito que se cree mino”. Sabía cómo era Montoya. Pero, sinceramente, poco le importaba.

Charlott siguió observando. Montoya iba acompañado de la profesora Carolina (de la cual poco podía opinar, pues poco se mostraba), de ‘Juanito’ (el ayudante, de carácter alegre y afable) y, pasos más atrás, de un señor de barbas, pelo largo y suelto y macizo, vestido de overol. Droggo desde su puesto lo reconoció de inmediato: era el profesor Serrano, el mismo que el año pasado dirigió la construcción de domos de emergencia, el mismo que se subió a una patineta una tarde de sol y energía, y el mismo que soportó el carrete apocalíptico de fin de taller de obra en Corinto. ¡Ha! se dijo Droguett, recordando aquel desorden.

-Vamos Droggo hueón.- le dijo Batman, su compañero –repitente también- de prominentes músculos, de facciones duras, y de modos muy matones, pero de psicología pacifista y de palabras absolutamente tranquilas. En síntesis, Batman era un tipo tranquilo en un cuerpo de bravucón.

Droguett se paró sin musitar una palabra y siguió el rebaño que iba hacia la sala. Pensaba lentamente: el tercer bimestre había comenzado, y el sabía que existía la leve posibilidad de repetir aquella experiencia…

“…Un carrete inolvidable. Un carrete en el cual vi a los profesores borrachos tal cual nosotros lo estábamos. Peleas por todos lados: que ‘la carne es de nosotros’, que ‘váyanse a la cresta cabros de mierda’, que ‘¡mira al profe hablando hueás loco!’. Un caos. Un verdadero caos. Un carrete que después recibió la condena de las cabezas de la carrera y que marcó con una cruz en la frente a quienes participamos activamente en aquel censurado capítulo de la historia de la escuela. Y los profes, maricones, se hicieron los lesos, como si ellos no hubieran hecho nada. Bah son unos cínicos, unos...”

-…eh ¡hola profesor! ¡Disculpe no lo había visto! Adelante pase usted primero.

El ambiente en la sala era inquieto. La gente se movía y gritaba de un lado al otro. Charlott, para evitar los nervios, conversaba con su amiga, y Droggo seguía recordando, pero ahora entre carcajadas, la fiesta del año pasado con los suyos. El ambiente duró hasta que el profesor Serrano se paró delante de las mesas de la sala. Silencio absoluto. Serrano era excepcional. Sabía controlar las masas gracias a su extraordinario carisma que, de seguro, muchos profesores envidian. Droggo lo sabía pero no le gustaba reconocerlo. Le apestaba admitir que nunca se aburrió en una sola clase con Serrano el año pasado. Su filosofía personal de que dentro de una clase uno no puede pasarlo bien se veía derribada. Droguett odiaba esbozar una sonrisa en la cara cuando el profesor del overol decía algo divertido. En cambio, Charlott reía sin tapujo alguno. Soltaba sus tensiones, pues veía una posibilidad de poder pasar bien Taller I con un profesor que se mostraba tan buena onda.

La clase transcurrió con normalidad, se formaron grupos de trabajo, los profes dieron el último blablá de la jornada y, para Droguett, el día acabó de la misma manera que otros días: en el pub de siempre, conversando al ritmo de las cervezas.

-Barro, loco. Cómo barro.- dijo el loco de pelo afro desgreñado, (guardando sus audífonos gigantes en la mochila); cómo si algo no calzara.

La Carla, de cabellos castaños, nariz aguileña, risa contagiosa, y pañoleta onda talibán en el cuello, le respondió esbozando una sonrisa:

-Lo mejor, es que no vamos a tener que ir a ningún lado. Vamos a tener que estar en la pura U nomás. Yo no estaba ni ahí con gastar más plata en pasajes y hueás.-

Droggo asintió con la cabeza sirviéndose el primer vaso:

-Sí, pero lo malo es que lo de Corinto no volverá a ser. Estuve todo un año esperando la repetición y ahora...

-Loco si igual se puede repetir la experiencia. Eso no es problema. Lo que no me cabe en la cabeza es cómo mierda se les ocurre trabajar con barro. Todavía puede llover. Hemos tenido días con sol, ¡pero aún no salimos bien bien del invierno!- Refutó el de los audífonos.

-¡Y que importa si llueve hueón oh! ¡El barro necesita agua, y para hacer nuestro muro será más fácil poh!- respondió convencida la Paula, (de piernas largas, nariz respingada, morena) sentándose y sacándose una bufanda de colores.

-No es tan fácil eso. El barro necesita secarse, y la lluvia no favorece mucho eso ¿O no, compañera?

El loco de los audífonos se volteó buscando a Damariz, (una camarada de ordenados cabellos obscuros, piel blanca y unos preciosos pómulos: grandes, redondos y colorados) que bebía al lado de la ventana abierta del segundo piso, mirando hacia abajo, hacia la ya obscura dos sur. Era uno de aquellos días en que se volvía taciturna, sin razón aparente.

-¿Y a ésta qué le pasa?-

-Qué se yo, hueón. Pásame fuego, mejor.-

-Nada me pasa. ¿Tamos listos? ¿Todos con su vaso? ¡Hagamos un salú mejor!-

-¡Salú!

Los vasos chocaron pero no sonaron, pues eran de plástico. Las risas y el carrete habían empezado.

La piscina de barro

El tiempo pasa rápido en el tercer bimestre. De hecho, siempre pasa rápido, pero en el tercer bimestre es más notoria la velocidad por lo corto que es. Las semanas no son nada, no duran lo que el sistema dice que tienen que durar. Sólo pasan un par de días y la semana se acaba. Esto cansaba de sobremanera a Charlott, que sentía que no hacía nada, pero su cuerpo le decía que sí, que hizo mucho y que no quería más guerra. Y como el tiempo pasaba más rápido, parecía que cada tres horas tenía abandonar su cama y apagar el despertador: ¡Qué desagradable! Lo peor de todo era que más encima llevaba sólo un día de clases. Sentía semanas pasar, sentía cansancio extremo, pero recién llevaba un día de taller de obras. ¡Cómo será entonces con los trabajos forzados!

-Es un efecto muy extraño. No, si yo también había pensado en eso, pero es que mira: la ansiedad de que esto acabe rápido y la preocupación de que pases todos los ramos hace que todo sea así. Piénsalo: es el inicio del fin de año, míralo así: quedan cuatro meses para que se acabe el dos mil seis; pero sólo tres meses para que acabe la U. Sólo tienes que resistir tres meses. Has resistido seis hasta ahora, ¡cómo no vas a resistir tres miserables meses!- Charlott asentía en silencio. Le creía a su compañera, la mechona Marcela “Chimus”, que era un poco más alta que ella, facciones de niña buena y de tez más morena; de filosofías originales, y siempre pacífica y espontánea. Charlott se llevaba bien con ella, pero aún no eran inseparables. ¡Bah! El punto era que Charlott se sentía cansada y el bimestre de trabajos forzados iba a empezar recién.

-La cosa no es tan fácil poh Marce, es que yo estoy a punto de…

-¡Ya chicos!- dijo Juanito, como siempre dice antes de referirse a todos- Aquí es dónde haremos la piscina de barro, necesitamos muchas manos aquí porque hay que cavar harto. Cada uno con su grupo tiene que……herramientas……barro harneado…….

-… ¡pssst! ¡Oye poh Droggo! ¿Nos ponemos a trabajar con las palas al tiro?- musitó el sereno Batman, mientras Juanito seguía hablando.

-Dale. Chascón ¿voh también le aplicai a la pala?

-Yo le aplico a la picota. Soy mejor que con la pala. O sea, no mejor, sino que menos sedentario.

Las risas saltaron cómplicemente entre los tres camaradas, que intentaban mantener la compostura. Juanito arremete:

-……... ¿Alguna duda, ustedes, chicos?

-¡No, ninguna! Todo bien.

Charlott miraba a Juanito pasos más atrás, mientras apretaba los puños de puros nervios.

-¡Dale Batman! –gritaba Droguett, dejando la pala a un lado para recuperarse un poco. -¡Dale poh pajero!-

-¡Tsssss! Espérate… un… poco… tengo que picar por acá… … ¡uf!… … … …ya. Dale poh, flojo… ¿y tu pala, Droggo?

-¡Bah! La había dejado aquí atrás hace un rato… ¡Puta la hueá! ¿Y ahora cómo sigo?-

Días después sabrá Droguett lo que paso con su pala. Pero en ese entonces, poca importancia le dio. Los profes reunieron a la gente y Juanito siguió con más instrucciones:

-¡Ya chicos! –El agujero para la piscina de barro se ve bien avanzado, falta la nada misma, así que dentro de dos horas comenzaremos el… …blablá… agua… blablá… barro para todos…blablá…blablá...

-Charlott, ¿en qué estas tú? ¿Cavaste o estás en otro de los grupos?- le preguntó Chimus, musitando.

-Ay no sé. No sé nada, tengo la cabeza en otro lado.

-Ya. Entonces vamos a sentarnos, mira que estar viendo a estos tipos trabajando me cansa.

Una vez más, entre las risas Juanito arremete:

-………. ¿Alguna duda, ustedes chicas?

El trabajo del Taller de Obras constaba de varias partes. Las metas eran dos: hacer una seudo exposición de muros de distintas tecnologías en base al barro (como la quincha, el conocido adobe, el tapial, etcétera); y además hacer un domo geodésico de barro de seis metros de diámetro y tres de alto. Para lograr efectuar estas dos metas, se excavó una piscina de barro comunitaria, donde se mezclaría la tierra con el agua, para todos los grupos de trabajo. Con estas tareas en mente, los nuevos obreritos explotados pusieron manos a la obra.

La piscina se llenó de agua, enseguida se empezó a harnear tierra para, supuestamente, llenar el agujero de barro. Eso nunca, en todo el bimestre, ocurrió.

Y con los terrenos para los muros de exposición distribuidos entre los trabajadores, el tercer bimestre empezaba a tomar vuelo, y al parecer todo iba bien.

Surgen los muros

La silueta de matón de Batman a contraluz despertó de la siesta a Droguett.

-Droggo hueón. Ya basta. Anda a trabajar tú, que no has hecho nada.

-¡Aaaah! ¿Estoy cansado hueón que no ves? Anda a molestar al Reinaldo que está sacando la vuelta por el otro lado.

Batman tenía la facha de matón, pero era más bueno que sacar a pasear a la abuela, por lo tanto no hizo nada. El chascón se bajó los audífonos y sentenció:

-Este hueón es patético. Un maestro para sacar la vuelta. No ha hecho nada en todos estos días.

Paula remata:

-Y no sé de qué está cansado este hueón si no hace más que tirarse en el pasto. --¡Bah! Yo me cansé también. Droggo yo te acompaño.- Damariz tiró todas las ramas que pelaba para la quincha y se tiró al lado de Droggo. Batman, impotente, se volvió al muro en proceso.

- A esta velocidad no vamos a terminar nunca.-

A dos grupos de distancia, Charlott miraba la escena acompañada de su amiga inseparable.

“Cómo tan flojo ese tipo, y qué manera de lesear en ese grupo. Qué envidia el que les toque el muro más fácil de hacer mientras que a mi me tocó este de quincha mejorada, de mayor tecnología, y por lo tanto, más difícil. Más encima, ellos son de segundo. Ellos deberían estar haciendo el más complicado, enseñándole al resto, y no tirados en el pasto, riéndose y haciendo nada más que enredar unas tontas ramas en unos pilares de palo. Eso lo hace hasta un cabro chico.”

- Mira que rabia esos giles como no hacen nada.

-Si ellos trabajaran en serio, se demorarían quince minutos en terminar el muro. Pero puro sacan la vuelta los hueones.

-Nosotros trabajamos a full y ¡mira! ¡Nos falta caleta!

-Puta la Hueá.

Charlott enterró con fuerza sus rasguñadas y heridas manos en el barro mezclado con la paja. El dolor ya no lo sentía. Se había acostumbrado ya a los arañazos del heno, como la gran mayoría del taller. Un griterío se formó súbitamente. Una guerra de barro se había iniciado en el grupo de los desordenados. Charlott suspiró sin decir nada y prosiguió en su labor.

Los días pasaban rápido. Los muros ya se empezaban a ver como tales. El barro cada día duraba menos tiempo húmedo. Los polerones empezaban a sobrar mientras se sentía llegar con más fuerza la primavera. Desde lejos, el profesor Montoya miraba la faena con ojos de victoria. Todo se abría ante sus pies y los de la escuela. Sabía que Román, el emperador de la carrera, miraba de cerca los avances; y al ver el buen clima, se aseguraba una buena construcción.

Juanito, el ayudante, y Montoya habían ya confesado anteriormente que les gustaba cómo eran de trabajadores y jugados los mechones. Montoya ya había utilizado más de una vez la cursi comparación con una colmena, con abejitas y todo el cuentito. Puras buenas impresiones. Puras lindas caras. La colmenita funcionaba bien, por lo que había que apretarles un poco más la soga al cuello.

-Chicos, los muros se ve que están funcionando bien. Sin embargo ya tenemos que empezar con la segunda parte, que de seguro es la más pesada.

Damariz ponía atención a los profesores, pero Carla le interrumpió:

-Me da lata el barro.

-A mi igual.

Ambas miraron al de los audífonos, buscando una opinión igual a las de ellas. El no respondió a las miradas: estaba absorto intentando poner atención a lo que decían. Era tan distraído, que tenía que obligarse a ocupar toda su cabeza para poder captar todo sin ponerse a pensar en otra cosa y perder el hilo. Después, todo el mundo le preguntaba a él qué era lo que habían dicho, y él podía contestar bien siempre gracias a su implacable labia. “Maldición” se dijo el del afro con audífonos “Otra vez me perdí y no escuché ni una hueá”

-Oye poh’ mono, pesca. ¿Qué decís tú?

-No sé. No me da ni asco ni lata el barro. Cada día me entusiasmo más. Aunque se ve que se viene un trabajo pesadísimo.

-¡Pero mira mis manos! ¡Tan todas hechas tiras!

Damariz levantó las manos. El del pelo desgreñado las vio, buscando el problema

-¡Sólo están un poco resecas nada más, alharaca!

-¡¡Aaaah el hueón pesao’!!

Droguett se mete, pero sin dejar de mirar a los profesores:

-Son peleadores ustedes, hueón. Cállense y pongan atención mejor.

-¡Uy! ¡Saltó el trabajólico! ¡Hahaha!

-Nunca hace nada y ahora se las da de interesado. ¡Jajajaja!

Droguett ni los miró. Estaba ya entusiasmándose con la cosa. El trabajo con barro le gustaba. Lo que no le gustaba era hacer un muro idiota en el medio de la nada. Sin embargo, el domo geodésico era en sí una construcción pura y dura. Con un fin claro y una posible utilidad en el futuro.

Oh si”, se decía, “Un domo de adobe en la universidad quedaría ahí para siempre. Me preguntarían ‘¿y quién hizo esta maravilla?’ a lo que respondería con orgullo que yo estuve en la construcción. Sería como un hito. Un símbolo. ¡Si hasta saldría en los planos del campus! Esta gueá tiene que salir bien.

Charlott pensaba algo parecido. “Es un proyecto, es una construcción. Si sale bien, será maravilloso.” Sus ánimos empezaban a subir. El domo no era sólo un domo. El domo era para ella un impulso a hacer las cosas bien. El trabajo deja de se por nota y pasa a ser por honor, por un deseo de hacer las cosas bien. Y eso si que anima. Charlott respiró profundo. Su amiga Ángela la miró.

-¿Qué pasó? Tienes una sonrisa de oreja a oreja.

Charlott quiso responderle, pero lo pensó y no encontró razón alguna para hacerlo.

Para hacer el domo geodésico, se requerían ladrillos de adobe de lados redondos (denominadas bloquetas), que apilados y correctamente adheridos, conformarían la edificación. Ése era el siguiente paso, que se efectuó simultáneamente al muro.


El peso de las bloquetas

-Ya locos- habló en voz alta el de audífonos- Este encargo de las bloquetas lo hacemos de una patada.- Damariz lo miró fijamente a los ojos, y gesticulando únicamente su boca, dijo furiosa:

-¡Como cuarenta hueás, mono gil! ¡Cómo las vamos a hacer de una patada! ¡Más encima hay que seguir el muro! ¡Mis manos no dan más!

El loco de los audífonos calló. Droguett, que tenía un semblante distinto a los días anteriores (un semblante con más energía)

- Soi alharaca, Damariz. Soi alharaca.

Carla no sabía que opinar. Quería trabajar, pero más para pasarla bien con sus compañeros. No le hacía el asco al trabajo, sólo en las mañanas cuando estaba con cara de sueño. Sin embargo, las manos le dolían igual que a su compañera. Batman tomó la iniciativa:

- Droggo, vamos a buscar barro a la piscina

- Esa hueá está más vacía- Dijo Paula que estaba sentada en el pasto atrás de ellos. – Vamos a tener que harnear y hacer el barro nosotros.

Batman sin dejar de mirar a Droguett, le repitió:

- Vamos a buscar barro…

El día fue de trabajo. Seguía el sol fuerte pegando en las espaldas. La gente no hablaba entre ella. Sólo hacían barro para poder hacer las bloquetas. Y aunque en el día el grupo de Droguett sólo alcanzó a hacer seis débiles bloquetas, los comentarios optimistas del loco de audífonos y Droguett vaticinaban una buena jornada al día siguiente.

- Si mañana terminamos. Ahora, al Tatoha para tomarnos unas chelitas.

Pero al día siguiente, si bien había partido con una temperatura templada, el cielo rápidamente se cubrió de nubes negras. Invernalmente. Había un viento gélido en el ambiente. La gente se quejaba del inusitado frío. Algunos que se las daban de meteorólogos anunciaban pronósticos poco convenientes a la obra. Charlott estaba arrepentida de no llevar chaleco. “Pero si ayer hacía calor…” Chimus la vio caminar encogida entre los muros.

- ¿Y tú? Pareces vieja

- ¿No tenís otro chaleco?

- Parka es lo que necesitarías. Están diciendo que va a llover. Mira las nubes.

- ¿Tenís o no tenís un chaleco?

- Deja sacármelo. Pero si llueve, de nada te servirá, compañera.

Charlott lo recibió agradecida y volvió donde su grupo de trabajo. No había escuchado nada de lo que Chimus le había dicho. Tenía sueño. El día tenue la ponía así. Se sentó a ver cómo su grupo seguía haciendo bloquetas. Y estaba en eso, cuando empezó el Apocalipsis. El primer Apocalipsis.

Charlott alzó la cabeza al cielo. Sintió gotas de agua en su cara. La gente empezó a moverse más rápido. Escuchó un “¡Conchesumadre! ¡Se puso a llover!” mientras algunos corrían de un lado al otro.

- ¿¡Que hacemos con las bloquetas!? ¿¡Alguien ha visto al profesor?! ¡Charlott, anda a buscar a Montoya!

Charlott se paró enseguida. Veía como todas las bloquetas se mojaban lentamente. Droguett se le atravesó en el camino. Estaba apurado.

- ¡¿Oye has visto al Batman?!

Charlott lo miró a los ojos. Silencio.

- ¿Lo has visto?

- … … …Ayúdame ¿Qué hacemos con las bloquetas?

Droguett se sintió extraño. Se sintió superior. A los ojos de la mechona, él tenía las respuestas, pues era de segundo. Sintió ternura hacia ella, y paternalmente le dijo, mirando su chaleco mojado.

- Hay que taparlas con nylon. Ven. Vamos a buscar. Batman sabía donde había, pero se me perdió. Oye loco, pásame tu paraguas para que no se moje más la mechona.

El loco de los audífonos se dio vuelta, acercándoselo.

- ¿Viste que iba a llover hueón?

Charlott siguió a Droguett. Caminaron hasta las canchas de tenis, atrás del relegado taller de primeros. Batman estaba ahí con la Carla, mirando un montículo cubierto por un gran pedazo de polietileno negro.

- ¿Qué dices, Droggo? ¿Lo sacamos o no?

- ¿Qué hay abajo?

- Unos sacos de arcilla. ¿Lo sacamos o no?

Charlott volvía con Droguett a la faena.

- ¿Y si nos pillan?

- No pasa, si no van a cachar nada.

Droguett llevaba el polietileno que Charlott necesitaba para su grupo. Delante de ellos, Batman llevaba el nylon para su grupo.

- Pero es que… ¿la arcilla se estropea?

- Si qué tanto, lo que hacemos es para la U también. Arcilla nueva podrán comprar cuando sea, total, con todo lo que pagamos en la matrícula.

Charlott lo miró a la cara. Droguett iba con un temple sereno. Charlott se tranquilizó también. Más le importaba el domo que la tonta arcilla.

Montoya mandó el mensaje por un alumno que las faenas se suspendían hasta que dejara de llover. Con todas las bloquetas tapadas con polietileno, la gente se fue rápidamente. Droguett caminó hacia el paradero con su grupo. El loco de los audífonos se prendió un cigarro y les dijo:

- ¿Has intentado levantar una bloqueta, loco? ¡Son súper pesadas! El pe…

- ¡¿Has intentado levantar una bloqueta hueón?! ¡El barro está suelto, imbécil, se pueden desmoronar si las mueves!

- Si loco si, si no las tomé así con fuerza. A lo que voy: el peso de las bloquetas es por el agua más que nada.

- ¿Ya y?

- ¿No entiendes? Cuando las bloquetas se mojan, pesan más por el agua que tienen adentro. Y ahora está lloviendo.

- Si pero si las tapamos con el nylon.

- ¡Ahí está! Era lo que quería escuchar. Solucionamos el problema del agua que viene desde arriba. Sólo la que viene desde arriba…

- ¡!

- Así es. Va a costar secarlas, compadre. Y como lo ves, si las bloquetas no están secas, no podemos moverlas de donde están. Si no podemos moverlas, el domo no se podrá empezar. Esta obra será más larga de lo que esperamos…

Una vez dicho esto, el loco de los audífonos miró el suelo. Nadie habló, hasta que la Paula dijo.

- Son más giles los profes. Cómo no se les pasó por la mente que…

- Eso es.- remató el loco de los audífonos- No previeron nada. Esto está hecho al lote. Y si esto sale mal, que quede claro: no es culpa nuestra.

Si hubiese ocurrido el Apocalipsis un día normal de semana, la lluvia podría haber sido una gracia para todos, pues serían días libres extras. Lo malo es que fue un viernes. Y más encima, recién el domingo ya no llovió más.


El día siguiente

La gente llegó a primera hora del lunes a enterarse las consecuencias de la lluvia fatal. Charlott caminaba a paso acelerado junto a su amiga Ángela. Conversaban asegurándose a si mismos que nada podría haber pasado. Pero cuando vieron el estado de las bloquetas, los ánimos decayeron notablemente.

- ¡Mierda!

- ¡Puta la hueá! ¡Están más mojadas que al inicio!

- ¡Lluvia de mierda! ¡Lluvia de mierda!

- ¡Vamos a tener que esperar a que se sequen de nuevo, Ángela por la cresta!

- ¡Lluvia de mierda! ¡Lluvia de mierda!

- ¡Y más encima, en unos días más tienen que estar listas las hueás! ¡Qué mierda vamos a hacer! ¡¡Qué mierda vamos a hacer!!

- ¡Lluvia de mierda! ¡Lluvia de mierda!

Los obreros perdieron la mañana limpiando los vestigios de la lluvia, esperando a Montoya que se apareciera y diera una solución al problema. Pero él no se apareció hasta la tarde.

Montoya llegó con la cara larga, sobándose la cabeza de hastío. Se dio una vuelta tocando las bloquetas, sin hablar nada. Los obreros le abrían el paso, mirándolo. Esperando una respuesta.

- Ya jóvenes. La lluvia ha retrasado toda la obra. Como saben, necesitamos que las bloquetas estén secas para terminar el domo. Como siguiente paso, aireen bien las bloquetas, intenten moverlas un tanto al sol para que vuelvan a secarse. Sin embargo, y para no atrasar más toda la faena, iniciaremos simultáneamente la fabricación de las bloquetas de cemento y las de vidrio.

Montoya dio las instrucciones pertinentes y se fue. La gente se quedó perpleja por un instante y luego tomaron sus puestos de trabajo.

El sol volvía a la jornada a medida que la gente se volvía a entusiasmar.

-No se van a demorar tanto en secar.- Sentenció Droguett con una sonrisa.

- No se por qué no se mojaron tanto las bloquetas… ¿Viste las de los otros grupos?

El de los audífonos saltó desde el otro extremo:

- Las bloquetas de ese grupo… de ese que está allá atrás… sí. De ese; a ellos se les humedecieron enteras. Pero a nosotros nada. Te apuesto a que se secan antes del dieciocho.

Fuera de todo, el día acabó sin problemas. La gente dejó todo en su lugar, guardaron tierra harneada para terminar con las bloquetas de barro, dejaron todo listo para la jornada siguiente. Una jornada que se venía con un dolor de cabeza más: las bloquetas de vidrio.

Guerra por tierra (y no por vidrio)

Droguett llegó inusualmente más temprano que otros días. Llegó tan temprano que aún no había nadie. Prendió el segundo cigarro del día –el primero se lo fumó en el camino- y se dio una vuelta por toda el área de trabajo, viendo bloquetas, comparando calidades, parándose incluso sobre algunas. Todo transcurría normalmente hasta que llegó a las bloquetas del grupo del otro extremo, y ahí se quedó. “¡Cómo llevan tantas bloquetas por Dios!”, se dijo contándolas con el dedo. Terminó de contarlas y se quedó mirándolas harto rato, “Estas son del grupo del Max… sí… Estos hueones se quedaron toda la noche trabajando. Ayer ningún grupo tenía tantas.”

Luego de su conclusión, se dio media vuelta. Se asustó al ver delante de él a la Carla, que había llegado en silencio también.

- ¡Droggo se robaron la tierra!

- ¡¿Qué?!

- ¿No ves que habíamos dejado harta tierra harneada bajo el polietileno negro y dentro de un barril de metal? ¡No hay nada! ¡Nada de nada!

- Puta la hueá, pero cómo…

Carla y Droguett se quedan pensando. Aparece el loco de los audífonos:

- Hola locos. ¿Oye qué onda con la tierra? ¿Ya la hicieron bloquetas? ¡Hahaha! ¿Tan rápido? ¡Hahaha!

- Se la robaron.

El loco de los audífonos cambió de ánimos en una fracción de segundo.

- Te apuesto a que fue ese tal Goku.

- ¿Goku?

- Si, ese loco grande, el mechón cuatro ojos. El que para el trabajo del segundo bimestre hizo ruido toda la maldita noche con el galletero. Todo el mundo le pedía por favor que trabajara el metal afuera, pero el tipo este poco le importó haciéndose el sordo.

- Si sé cual es- dijo la Carla –Es súper pesado ese hueón. No le importa el resto.

- Ese loco te robó la pala el otro día, Droggo, ¿te acordai? Cuando trabajabai con el Batman. Yo lo vi sacándola de atrás tuyo.

- ¡Ooooo! ¿Y por qué no le dijiste nada? ¿O me dijiste a mí?

- Yo te lo grité desde donde estaba yo, pero ni me pescaste. Tabas molestando a Batman, para variar.

- ¡Pero puta la hueá, era la mejor pala de todas! ¡Ninguna cavaba tan bien como esa! ¡Deberías haberme gritado más fuerte!

- Y pa’ qué si soi más sordo tu hueón…

- Que exagerado este Droggo, como llora por una miserable pala.- Dijo la Carla prendiendo un cigarro a la vez que Droguett apagaba el suyo. Segundos de silencio.

- ¿Cuáles son las Goku?- preguntó el de los audífonos. Droguett levantó los hombros. La Carla las buscó con la vista.

- Esas son. El trabaja con el Max.

Unos minutos después, toda la gente llegó. Y en cada grupo alguien gritó: “¡Dónde está la tierra!” “¡Nos robaron la tierra harneada!” “Los de segundo fueron, ellos llegaron primero” Los grupos se reunieron, cada uno acusando al otro.

Entre todo el griterío, Droguett dijo:

- A nosotros también nos robaron tierra ¿Y qué tanto? ¡Nosotros no andamos acusando a todos de eso, como ustedes! ¡No pueden ponerse a pelear por tierra hueones! Y ¿saben qué? ¡El Goku es el robatierras! ¿Y ahora qué van a hacer? ¿Lo van a acusar a los profes, como las niñitas? ¿O lo van a linchar? Recuerden que es la media vaca, y no creo que sea tan fácil noquearlo a combos….

- ¿Y qué propones que hagamos?

- ¡Agárrenlo a cadenazos, poh hueones! ¡Ahí lo botan de una!

Batman agarró del hombro a Droguett.

- ¡Larguémonos de acá! ¡Las ideas idiotas que le das a los mechones, saco de hueas… vamos con el chascón a hacer lo que dijimos ayer, antes que se nos adelante el robatierras!

Droguett, Batman y el loco de los audífonos partieron rumbo al sector de la FACE, al otro lado de la universidad.

- ¡Loco hay que hablar eso si para que nos den el vidrio!

- Tranquilo, chascón. Tranquilo.

- A ninguno de los mechones se le ha ocurrido venir a buscar vidrio para las bloquetas acá, en esta construcción. Acá siempre los maestros se echan los vidrios y táte, los botan. Te apuesto que los mechones van a gastar caleta de plata comprándolo.

- Si pero nosotros estamos impecable… ¡mira loco! ¡Mechonas!

Desde el destino de los tres compañeros venían Charlott y Ángela, su amiga; cargadas de vidrios. Droguett las vio y les pegó una palmada en la nuca a Batman.

- Llegamos tarde. Como siempre.

Charlott miró a los tres, esbozando una sonrisa. Droguett salió en su búsqueda:

- ¿Qué onda? ¿Sacaron todo el vidrio, chiquillas?

Ángela miró despavorida a la cara de Ignacio Droguett. Nunca había pensado que algún día iba a intercambiar palabras con ese tipo de segundo con cara de hueón reventado. Ángela buscó la mirada de su compañera, buscando complicidad; sin embargo, Charlott respondió cortés y amigablemente:

- No, Nacho. Queda harto. Como para una bloqueta. ¿Cómo supiste que aquí había?

- Hahaha por ahí nos llegó la información.- Respondió Droguett, haciéndose el interesante. Charlott lo miró sin hacer comentario alguno. Sabía como era él. Ángela, al ver cómo Charlott habló sin tapujos con el –según ella- cara de hueón reventado, se le borraron drásticamente los prejuicios.

El loco de los audífonos, Droguett y Batman volvían al relegado taller de primero con los brazos cargados de vidrios. Llevaban vidrios suficientes para poder hacer cuatro buenas bloquetas de vidrio. Los gritos de victoria no los disimulaban, lo que produjo escozor entre los mechones trabajólicos y los VIP repitentes (Los VIP repitentes eran un grupo de tipos de segundo que repetían Taller uno al igual que Droguett y su gang. Los VIP no se llevaban muy bien con el grupo de Droguett y viceversa)

- ¡Loco loco! ¡Son como mil!

- ¡¡Weeena compadre!! ¡Con los que habían al frente de la FACE no hacíamos nada! Pero con todos estos vidrios… ¡Hahaha! ¡Somos secos!

Charlott se paró con total confianza y se dirigió a Droguett

- Oye que buena… ¿Y de adonde sacaste tantos, Nacho?

Droguett iba a responderle, pero ese instinto de ser siempre un maldito insolente se lo impidió.

- Hahaha, por ahí, por ahí.

Charlott frunció el ceño. No lo podía creer:

“Cómo tan pedante este hueón, que de repente da la puñalada por la espalda. Uno lo ayuda y el no responde. Él es el que tiene que saberlas todas. Nadie más. Cabro hueón… cabro…”

- Tiquitiquitíííí - El grito dieciochero y los bailes desarmados del loco de los audífonos la sacaron de sus pensamientos. Charlott no era rencorosa, por lo que rió al ver la cueca desarticulada del loco del afro y volvió donde su grupo.


Víspera de dieciocho

La faena del domo quedaba entre el gimnasio de la universidad y los quinchos, un área de esparcimiento y carrete con parrilla y mesa para comensales. Esos quinchos, a vísperas del dieciocho de septiembre, empezaron a llenarse de carretes de otras carreras. Las cuecas sonaban fuerte. Mal ecualizadas, pero fuerte. Gente entraba y salía de los quinchos con botellas de cerveza, vasos con chicha o con un chorizan mordisqueado. El ambiente dieciochero se sentía potente en el aire. Y esto no favorecía a los obreros explotados de primer año, que trabajaban arduamente bajo el sol y que veían que faltaba mucho para terminar la gran obra.

- Esto no lo terminamos ni cagando- Decía Chimus con el sudor corriéndole por la frente.

- No digas tonteras. Estamos trabajando a full. Las bloquetas están ya casi secas. Y el armado, según Montoya, lo podemos hacer en un par de días cuanto más.

- No creas.

Chimus no estaba de ganas para conversar mucho. Nadie estaba de ganas para conversar mucho. En el grupo de Droguett, las relaciones estaban delicadas. Damariz y Paula estaban enojadas con los demás porque las dejaron solas terminando las bloquetas de barro mientras todos se iba a hacer las bloquetas de vidrio y cemento. El calor y la humedad del barro crearon un hábitat maravilloso para pulgas que le carcomieron los brazos a las pobres compañeras. Batman cada día estaba con menos ánimos, Carla llegaba cada día más tarde; el loco de los audífonos se volvió un ogro que lo único que hacía era reclamar por lo lentos que eran todos (y sin reconocer siquiera que él también estaba lento). Droguett era el único que le quedaba aquel temple de entusiasmo que habían adquirido la mayoría de los obreros al empezar a hacer las bloquetas para el domo.

Más encima, había llegado la noticia desde Curtiduría (donde trabajaban todo el resto de la escuela de arquitectura) de que el bus donde viajaban los alumnos se volcó y se fue abajo por un precipicio. Al menos, según contaban los mismos compañeros de segundo, amigos de Droguett y la gang, nadie salió herido: más bien, lo crudo de la historia eran las inhumanas reacciones de los profesores. Un profesor de cursos superiores, el señor Valenzuela, señalaba con una macabra sonrisa que quería “hacer un cubo de materia con los restos del bus”, mientras que Román, el emperador de la carrera, no le prestó atención alguna a lo ocurrido.

- Pero si eso es una barbarie- gritó el loco de los audífonos, usando palabras que nunca nadie usa en la vida cotidiana, mientras Droguett ladraba al aire improperios a los profesores.

- Hay que hacer un paro. Una rebelión. Nosotros no queremos volver a Curtiduría hasta que se nos asegure que a la próxima no pasará nada. ¡Quedamos cagaos de miedo!- Decían Marina y Daniela, con el espanto forjado en sus caras.

- Si. Hay que hacer un paro. Hay que moverse desde ya.

El paro nunca fue.

Todas estas cosas bajaban el ánimo a los obreros, que querían ver el domo listo y sin embargo nada pasaba.

El fin del bimestre

- Jóvenes. Queda un día para que se acabe el bimestre. El domo no lo terminamos ahora, por razones obvias. Pero dejaremos lista las fundaciones, las bloquetas en orden y los muros ya finalizados. Sin embargo, todo el trabajo que han hecho amerita igual una celebración. La haremos mañana, aquí mismo; así que fijemos una cuota y se la pagan a… …necesitamos un comité de celebración… quienes se ofrecen… ¿Ustedes? OK. Droguett y compañía se encargarán de preparar la fiesta. La plata se la pasan a… …a Carla. Carla es la tesorera. Lo importante es que la celebración sea en orden, que por ningún motivo ocurra lo que, como muchos ya saben por rumores, pasó en Corinto el año pasado.

Todos los mechones se rieron, a pesar de que menos de la mitad sabía bien a qué era lo que Montoya se refería realmente.

- La celebración tiene que ser además una especie de compromiso para terminar el domo el bimestre que viene. Esto deja de ser por nota. Esto es por honor.

- Es buen muchacho ese Montoya, oye loco- dijo el de los audífonos, arrogantemente. Droguett sonrió:

- Antes no me caía bien, pero ¿sabís que? el profe es pesao’ con los mechones nomás. Y es así porque si no los mechones se le suben por la punta.

Y así terminó el bimestre. Con un domo sin concluir, un carrete de finalización tranquilo y una frustración por parte de los obreros, que querían ver la construcción terminada.


El reinicio

El domo en el bimestre cuatro se construía, pero lento. Pasaron varias semanas sin que Ignacio Droguett y sus compañeros pudieran acercarse al área de trabajo del domo. Cuando iban, lo hacían sólo por un momento, pues más presión hacían los trabajos de los ramos de segundo año. Charlott, por su parte, poco se aparecía por allá, pues el maqueteo que exigía el profesor Kenneth le quitaba demasiado tiempo. El domo sufría un abandono notable hasta que los profesores volvieron a tomar las riendas del asunto, a finales ya del cuarto bimestre.

Juanito y Montoya revivieron la construcción. Repusieron las jornadas laborales y amenazaron con evaluar la asistencia para hacer funcionar a la gente.

Damariz estaba sentada junto a Carla y Droguett

- ¡¿Saldremos el veinte de diciembre de clases?! ¡Conchesumadre! ¿Vamos a tener una semana de domo para terminarlo? ¡Puta la hueá! ¡Cada día falta más para salir!

Damariz movía la boca firme, sin alterar sus pómulos ni sus ojos cubiertos por sus gafas. Droguett intentaba ver si realmente estaba enojada o lo hacía de aburrida.

- Si hay que terminar la hueá. No está ni lista y ya parece ruina.

Aunque nadie se lo crea, a él aún no se le pasaban las ganas de ver el domo listo. De hecho, aún no se sentía cansado, aunque haya trasnochado noches y noches por investigación y tecnología, por contexto, por taller y estudiando apoyos.

Era miércoles en la mañana. El cielo anunciaba un día más caluroso aún que los anteriores. Un viento agradable soplaba a la gente que transpiraba por el calor. El área de trabajo, luego del abandono, volvió a llenarse de gente.

Charlott llegó tarde. Vio a Droguett y al loco de los audífonos harneando tierra y riendo como locos. La risa se le contagió y puso sus manos en el barro.

La jornada acabó rápido. La faena había avanzado más que en todo el mes. Y de repente llegó el momento en el cual el Goku robatierras puso la última bloqueta: el domo estaba listo. La poca gente que quedó al final del día no lo podían creer. Damariz estaba junto al loco de los audífonos, que se quedó dormido en el mesón, y junto a Carla, que miraban con una sonrisa. Droguett estaba fumándose un cigarro junto a Batman, al frente del domo. No lo podía creer. Se veia magnífico. Tal cual imaginaba que sería. Charlott estaba más atrás junto a Chimus. Estaban satisfechas.

- ¿Qué te parece?

- ¡Está la raja! ¡la raja! un poco oscuro por adentro, pero está muy la raja.

-Estuvo complicada la cosa. Creí que nunca lo íbamos a terminar.

- Lo mejor es que lo hicimos nosotras.

- Somos secas. Hahaha

- Sí. Somos secas.

Droguett se sumó:

- No no no. Somos todos secos. Todos secos.

La noche cayó, los días pasaron, las semanas pasaron. Los mechones salieron de vacaciones. Todos se fueron con una victoria en sus manos: el domo estaba ahí, como un edificio más para la universidad. Y quizás, hasta cuanto tiempo más.

_FIN

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1 Comments:

At 1/11/2007 9:46 a. m., Anonymous Anónimo opina que si bien es cierto...

Hola!! uta wn me encanto el relato lo lei completo, ta genial ;)

 

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